martes, 7 de julio de 2009

Rimbaud: el último destino del hombre de las suelas de viento


Tenía 20 años; ya había visto arder los fuegos de la Comuna de París y renunciado a la vida decente (a sus dieciséis); había embrujado a Verlaine y asombrado al Parnaso literario de París con su poesía radical y genial; también había sido desterrado por éste tras la mítica noche en que agregó a cada verso de los poemas de sus colegas la palabra “merde” al final (a los diecisiete); había vivido los “abismos” que le llevarían a ese “largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”, arrastrando consigo a Verlaine por un camino de ajenjo, achís y alcohol que llevarían a éste al borde del suicidio (a sus dieciocho años); y había escrito su última obra y único libro publicado en vida mientras huía del revólver del que fuera su protector y amante, Una temporada en el infierno (a los diecinueve).
¿Qué le quedaba al Ícaro moderno? En París, donde el episodio a las afueras de un hotel inglés donde Verlaine disparó contra su “señorita saturniana” (la “gatita rubia” o la “gata feroz” según la escandalizada esposa del potea), Rimbaud gozaba de pésima reputación. Nadie quería saber nada de él, que, por su parte, tenía muy claro que de la vida deseba “todo, menos trabajar” y así fue como el hijo del sol, el Ícaro moderno abandonó la aventura literaria: en el futuro, si tomaría la pluma sería sólo para escribir cartas y redactar informes a los negreros a quienes sirvió.
Después de la publicación de Una temporada en el infierno, en 1873, viaja a París llevando unos ejemplares (muchos más quedaron “confiscados” por el impresor, al parecer porque el autor no liquidó la impresión) encontrando sólo desprecio hacia su trabajo, probablemente inspirado más en el rencor por la tertulia escatológica que en la crítica literaria “seria”. Es muy factible que este “fuchi” literario de los parnasianos terminara con su sueño de hacer una carrera en el mundo de las letras, o bien, como todos los genios, simplemente despreció los codiciados laureles de la gloria; y luego de pasar una temporada en Londres, en compañía ahora de Germain Nouveau, aprendiendo un inglés que más tarde le daría el pan cotidiano en África, partió en un vagabundeo que lo llevó a Alemania, Italia y a Holanda, donde se alistó en el ejército, del que desertó tres semanas después, al desembarcar en Batavia, de donde regresó a Europa.
El 20 de octubre de 1878 (el día de su cumpleaños) sale de Charleville, su ciudad natal, “superiormente idiota de entre todas la pequeñas ciudades de provincia” (según él), para emprender su viaje más largo; en diciembre llega por fin a Alejandría; le escribe una carta a su madre en donde vuelve a machacar con eso de hacerse rico y en donde se deja ver que no tiene un plan cabal para conseguirlo. En enero del siguiente año se encuentra ya en Lárnaca, donde es supervisor de obras en unas canteras para una compañía, y no el intérprete que él había querido ser; enfermo, regresa a Francia en mayo del mismo año, sólo para embarcarse otra vez rumbo a Alejandría en la primavera de 1880, pero no encuentra nada ahí y parte a Chipre, donde sería otra vez capataz, esta vez de un futuro palacio. Después partiría hacia Adén (Yemen) buscando una ciudad ideal que pronto se volvió un infierno.
En 1881 un amigo de Verlaine (que quería de vuelta a su gatita) le escribe a éste: “Nada de Rimbe”, después de intentar en vano dar con el paradero del poeta caravanero. En Francia, como en cualquier país civilizado, lo dieron por muerto, y cuando comenzaron a aparecer, en 1886, poemas suyos en las revistas y admiradas reseñas, todas se referían al finado Rimbaud, que se encontraba retrasado en una ciudad africana, sin poder partir hacia otra, donde iba a vender un armamento (de aquí lo de traficante de armas). De nuevo en busca de “su ciudad” va a caer a Harar, de la que se enamora y de la que terminará despotricando en 1891, cuando el tumor de su rodilla lo obliga a regresar a Francia, donde le amputan la pierna. El 9 de noviembre de 1891, con treinta y siete años, le dicta una carta a su hermana en un hospital de Marsella; pide al director de Mensajerías Marítimas un pasaje para partir de nuevo al canal de Suez. Al día siguiente, muere “el hombre de las suelas de viento”, apodado así por Verlaine.

1 comentario:

Marcelo dijo...

Yo sigo con total impunidad:
www.francisoliveriorecupero.blogspot.com