martes, 7 de julio de 2009

Miller: más allá del sexo


Hay poco de Henry Miller que el autor no haya contado ya en sus libros; lo sórdido y lo bello transcurren en sus páginas y no hay necesidad, pues, de abundar en torno a su vida “privada”; su vida como escritor y sus costumbres extrasexuales, sin embargo, ofrecen riqueza al lector morboso y al joven escritor, interesado en las “historias de vida” de escritores famosos.
Miller nació en Nueva York, el 26 de diciembre de 1891, el primer hijo de una familia de ascendencia alemana. Su padre era sastre. Tuvo una hermana, Lauretta Anna, que era discapacitada mental y a la que constantemente tenía que defender de otros niños. A los diecisiete, en su primera visita a un burdel, contrajo gonorrea. Comenzó a ir al New York City College, pero lo abandonó a los dos meses (sabiamente) después de verse obligado a leer Faerie Queene, de Edmund Spencer. En Stand Still Like the Hummingbird explica el por qué de su repulsión a este libro y a la enseñanza académica de la literatura. “Y pensar que leer esta monstruosa épica todavía es considerado indispensable en cualquier colegio. El otro día intenté leerla otra vez, sólo para darme cuenta que no estuve equivocado en mi juicio al respecto. A decir verdad, hoy me parece todavía más insano que cuando tenía dieciocho.” (¿Casi como leer El laberinto de la soledad en la secundaria?) En 1913, después de una temporada etílica y su consecutiva “toma de conciencia”, se casa y tiene una hija.
Miller no empezó a escribir seriamente hasta que tenía cuarenta años. Clipped wings, un libro sobre mensajeros escrito a partir de su experiencia en Western Union, escrito en 1922, fue rechazado por los editores. Su escaso ardor literario cambió cuando conoció a June, que, coinciden sus biógrafos, fue la mujer trascendental en la carrera del escritor. Por ella dejó a Beatrice, su esposa “tradicional” y a su hija, y ante su insistencia dejó su único trabajo estable. Cuando se mudó a vivir con June, ésta solía trabajar como mesera para mantener al “escritor”, lo cual comprueba que todo escritor que se precie de serlo debería tener un esclavo para sí. Esta seguridad en su trabajo (y un poco de falta de empatía hacia sus semejantes) lo acompañaría a Europa. Al mudarse a París, sin un centavo, conoce al escritor Alfred Perlés, austriaco, que durante un tiempo le pagó la renta y el desayuno. Anaïs Nin, por otro lado, tampoco mostró empacho en mecenearlo. Sin embargo, muchas veces se halló en una situación tan precaria que se veía obligado a pedir limosna. El motivo por el que dejó esta precaria práctica económica lo dejó tan conmocionado que años después lo contaría. Un hombre rico sale de la ópera y camina frente a Miller, éste le pide dinero. Aquél lo empuja, tirándolo al suelo, después, le avienta un puñado de monedas. Miller se inclina a recogerlas y a quitarles el barro. “En ese momento decidí que nunca más volvería a pedir limosna; y nunca más lo hice.”
Durante los treinta años en que escribió lo más relevante de su obra literaria, Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio (1939), y la trilogía de la Rosa de la Crucifixión (1953-1960), Miller sólo pudo publicar en Francia, ya que en Estados Unidos se le consideraba un pornógrafo más. En los sesenta, cuando finalmente fue publicado en su país, su aparición en librerías estuvo rodeada de una conmoción indulgente. Playboy lo entrevistaba, las mujeres jóvenes le ofrecían fotos de ellas desnudas (o simplemente se le ofrecían) y la contracultura buscó, sin éxito, su bendición. En los setenta, las feministas (guardianas firmes del orgasmo afectivo y de la frigidez intelectual) disiparon la fiebre por Miller, y de nueva cuenta su trabajo se convirtió en tabú. Para cuando murió, el 7 de junio de 1980, el hijo pródigo de Brooklyn se hallaba donde más cómodo estuvo siempre, lejos de ser un escritor respetable.

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