martes, 7 de julio de 2009

Gente pequeña


“Esa mañana fui a la librería y compré El guardián en el centeno. Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caufield. La parte pequeña debe ser el Demonio. Fui al edificio. Me quedé ahí hasta que él salió y le pedí que me firmara mi álbum. En ese punto mi parte grande ganó y quise regresar al hotel, pero no pude. Esperé hasta que regresó. Yoko pasó primero y la saludé, no quería herirla. Luego pasó John. Tomé la pistola y le disparé. No puedo creer que lo haya hecho. Me quedé ahí, apretando el libro (…)” El gatillero moderno más aborrecido, Mark Chapman, declara a la policía, tres horas después del asesinato de John Lennon, que cayó, como en las películas, tras cinco disparos y un previo “Me dieron” ante las puertas del edificio Dakota. Su asesino, por su parte, sacó El guardián… y se sentó a cultivar su mente y espíritu mientras llegaba la policía.
El futuro magnicida nació el 10 de mayo de 1955 y su niñez es tema de debate. Él contó que su madre acostumbraba pedirle protección cuando su padre la golpeaba y que éste último jamás lo abrazó ni le expresó su amor. Su madre no niega ni confirma la versión. Inspirado por agudos sentimientos de inferioridad e impotencia, Chapman creó una ciudad imaginaria de “gente pequeña” que lo idolatraba, incluso si decidía baños de sangre. Él los entretenía cantando canciones de los Beatles. A sus catorce años, y con una amplia experiencia en el alucín psicótico, se hizo hippy. Dos años después, y de manera igualmente improvista, salió de su casa persiguiendo a María Juana y regresó con una Biblia en la mano. Había acudido a una conferencia de un evangelista y se había sentido iluminado. Entonces fue, dicen sus biógrafos (inspirados ya en el arte del debraye), que empezó a “tener conflictos” con Lennon. Le molestaba la fama del John, pero además sus declaraciones respecto a que los Beatles eran más famosos que Jesucristo. Por esas épocas era voluntario de la organización cristiana multinacional YMCA. Todos sus jefes concordarían, más tarde, que era muy cordial con los niños en desamparo que atendía (y que lo llamaban Nemo) y que parecía tener un gran futuro y ser muy feliz. Sin embargo, en sus últimos días en un campo de niños vietnamitas refugiados, en diciembre de 1975, tuvo una particular conversación con su compañero Rod Riemersma: “Nos vamos a reunir. Un día uno de nosotros va a ser Alguien. En cinco años, uno de nosotros va a hacer algo grande y nos reunirá a todos.” Echen, pues, a volar las negras alas de la especulación.
Pero sus estudios en la YMCA no iban nada bien, y esto, aunado al hecho de que tenía relaciones concupiscentes con una camarera, lo hizo pensar en el suicidio. Viajó a Honolulu con sus ahorros para darse una vida de lujo y luego “terminar”, pero al final rehusó esto último. Volvió a casa sólo para regresar a Hawai; luego de unas semanas rentó un carro y se fue a un camino solitario. Se encerró en el auto para morir asfixiado por la combustión de gasolina. Pero un pescador japonés (un ángel, según él) se acercó y lo despertó, salvándole la vida y recordándole que Dios no es racista y que aún lo amaba… etcétera. Su ánimo subió y se casó con una buena mujer llamada Gloria Abe. Pero las cosas no marchaban tan bien. Aparte del siniestro hecho de haberse casado, como John Lennon, de una japonesa, extrañas obsesiones deambulaban su masa encefálica. Así, se convirtió en coleccionista de arte: compró un Dalí en 2,500 dólares y un Norman Rockwell en 7,500. Además, puso a Gloria a leer El guardián…, que ya había dado a leer a un montón de gente en la YMCA. Y, por última vez, dio con su máxima obsesión: John Lennon. De pronto, encontró la razón por la cual seguía vivo: debía matar a John. La gente pequeña (de regreso) le pidió que no lo hiciera. “Piensa en tu esposa. Piensa en el señor Presidente. Piensa en tu madre. Piensa en ti.” En mala hora decidió dejar de “escuchar voces”. Viajó a Nueva York. Se arrepintió y se fue. Se arrepintió de arrepentirse y volvió para cumplir su misión. Previamente, llamó al escort service, pero lo único que hizo fue hablar con una aburrida profesional del placer. La mañana del ocho de diciembre, salió rumbo a su destino.
“Es una cosa horrible darte cuenta de lo que has hecho”, comentó en una entrevista en el año 2000. Aparentemente liberado tras tan violenta catarsis de la “gente pequeña” y Luzbel, Mark es un prisionero modelo, pero esto no le sirve para conseguir su libertad. La última vez que apeló por ella, en 2004, la también mundialmente mentada Yoko Ono pidió a las autoridades no liberarlo, por el bien suyo y el de sus hijos. Eso, y las amenazas de muerte de los fans del “más famoso que Jesucristo”, mantienen al sujeto en cuestión en solitario en una celda en el Instituto Correccional Attica, cerca de Buffalo.
Pero siempre hay alguien que sale embarrado sin haber participado de la carnicería. Y esta vez le tocó al buen J. D. Salinger, que nunca imaginó que el asesino del beatle hiciera el recorrido que hizo su personaje por Nueva York antes de llegar al edificio Dakota. Champan, incluso, quería hacerle promoción durante su juicio. Cuando le preguntaran algo sólo respondería: “Lean El guardián en el centeno”. Sus abogados lo convencieron de que eso era un malviaje. Aún así, el golpe estaba dado, y la prensa, que tanto gusta de los Autores Intelectuales, contribuyó a que Salinger recibiera un montón de lacrimosos reclamos y se refugiara en el campo.

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