martes, 7 de julio de 2009

Isaak Bábel: fuego y silencio en la llanura rusa


“Estoy dispuesto a ponerme sobre las patas traseras y pedir como un perro a todas las organizaciones necesarias para que vuelvan a editar los libros de Bábel... ¿Se trata de papel? Muy bien, aplazaré la publicación de uno de mis propios libros.” Estas palabras fueron parte del discurso que el escritor ruso Ilya Ehrenburg leyera con motivo de un homenaje a Isaak Bábel en Moscú en 1964 (su “rehabilitación” había comenzado en 1957); las he elegido como principio de texto porque yo, como otros escritores, desearía escuchar desde ultratumba hablar así a mis amigos... si el caso (y la obra) lo ameritaran. Como decía, se trataba de la “rehabilitación” de Bábel, que estaba muerto, pero no enterrado, no sólo por la economía crematoria de la N.K.V.D., madre de la célebre K.G.B., sino porque cuando un escritor ha configurado aunque sea una página de valor (y Bábel fue mucho más pródigo que esto) algo de él se resiste a la putrefacción. Como habrá notado el lector, el caso de este artículo me causa simpatía, es más, admiración, pero para no predisponerlo más contra el texto, seguiré con él.
Isaak Bábel nació en Odesa, un gueto judío ucraniano. Su padre era un exitoso hombre de negocios que costeó a su hijo una educación que incluía el estudio del violín, el alemán, el francés y el Talmud. Así, el joven genio pronto encontró en Guy de Maupassant ejemplo literario y comenzó a escribir historias en imitación de las suyas. Marchó a San Petersburgo a estudiar literatura, pero con pasaporte falso, ya que los “traidores, malhechores y judíos” tenían prohibido vivir en la ciudad. Su primer texto lo publicó mease Gorky en Letopis. Pese a que Bábel no fue afectado por los pogromes que arrasaron con cuanto judío encontraron en Rusia en 1905, era perfectamente consciente de la situación y leal a su pueblo, por lo que su apoyo a la Revolución se debe, en parte, a que creía que ella traería el fin de la persecución para su pueblo. Craso error. Por ello y por un naturalmente aguzado sentido de la observación escribió una serie de sátiras de la burocracia zarista que llegaron a los púdicos oídos que el poder, do quiera él, suele tener, y fue acusado de “pornógrafo” y de incitar al “odio entre clases”. Luego marchó al frente de batalla en Rumania, donde fue herido, por lo que regresó a colaborar con Gorky en el periódico Novaya Zhizn. Es probable que durante la Revolución trabajara como empleado del Comisariado de la Educación y para la CheKa, la policía secreta soviética. (Moraleja: nunca hay que desertar de ese tipo de oficios, o se corre el riesgo de pasar de fabricar horcas a usarlas.) Después de casarse, en 1919, y echar su semilla sobre el mundo, se dedicó a Caballería roja, que le traería fama internacional, traduciéndose a 20 idiomas, pero también la ira de los altos mandos militares que lo acusaron de “insultar” a las amables tropas al describir la brutalidad del campo de batalla. El camarada Gorky le cubrió las espaldas.
Cabe decir que durante la cacería contra Bábel (que duró casi veinte años), éste tuvo oportunidad de avecindarse en otras ciudades europeas pero, como buena Manzana Podrida, rehusó tanto huir como enderezar la senda y se dedicó a molestar a los próceres comunistas con crímenes tales como “producir” muy “poca” literatura. No contento con esta falta de “colaboración a la causa”, se declaró (al menos en sus primeros años) un gran admirador de la Revolución, pues creía que ésta traería la felicidad futura... al menos la de sus enemigos de pluma, que se unieron a los lebreles. Durante años, Babel tuvo que 1) luchar con los editores, que encontraban todo lo que escribía censurable y 2) tolerar las risitas de sorna de sus colegas y la crítica, que lo acusaban de poquitero. Lo que ignoraban, o minimizaban, era que escribía toneladas de cuentos y versiones de ellos, pero, debido en parte a su escrupuloso sentido de la autocrítica (esa horriblísima costumbre que suelen combatir los escritores) y también a la censura, sus originales se fueron empolvando hasta el día en que fue arrestado en Peredelkino, arrestados con él sus manuscritos. Bajo “interrogación” confesó larga asociación con los troskistas y planear un atentado anticomunista. El mismísimo Stalin (de quien se dice que apenas si sabía leer) ordenó su fusilamiento bajo el cargo de “espionaje”. Los “papeles” de Bábel fueron a dar al cuartel de la Policía Secreta en Moscú. Cuando los alemanes se acercaron a la ciudad, un previsor incendio redujo a cenizas los archivos del estalinismo, incluidas, se cree, miles de cuartillas inéditas de aquél que fuera llamado “sabio rabí” y que tenía, entre sus curiosidades, la de pedirle a cuanta mujer le presentaban permiso para husmear en su bolso. Los relatos póstumos llegaron a nosotros gracias a que, por razones también extravagantes, se “refugiaba” en casa de sus amigos a escribir y les dejaba en resguardo sus manuscritos. Confrontado hasta la saciedad por su “poca literatura”, Babel concluyó, durante una entrevista que más bien parecía interrogatorio de ministerio público: “Lo único que me da una gran satisfacción es que no tengo que retractarme de nada de lo que he escrito nunca”. Descansa en paz, pues.

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