martes, 7 de julio de 2009

Poe: morir como un perro, ser recordado como un dios


No puedo pensar en Edgar Allan Poe sin dar con tres episodios literarios de mi adolescencia que aún perduran claros y más vívidos incluso que gran parte de ese territorio frío y malsano por el que crucé entre mis doce y mis quince años. El primer recuerdo es el del gato emparedado. El segundo, el de una pintoresca calle Morgue. El tercero es el del cuervo compulsivo y un poco chocante que no cesa de recordarle a un pobre hombre que no hay retorno ni porvenir posible mediando la muerte. A decir verdad, el poema me decepcionó. Los cuentos de Poe me parecían geniales y, de alguna manera, “felices”. No sé por qué, pero nunca pensé que el gato emparedado o su sucesor fuesen desdichados, como sí lo fue su creador, razón por la cual terminó escribiendo poemas fatalistas.
El Gran Maestro del misterio nunca conoció a sus padres, actores de teatro que murieron poco después de que naciera, en 1809. En adelante, un millonario colérico de nombre John Allan se dedicó, en estricto orden: a darle apellido, mantenerlo, conseguirle trabajo, maldecirlo cuando lo perdía, perdonarlo, maldecirlo de nuevo, y finalmente repudiarlo. Por si fuera poco, tuvo que ganarse la vida como redactor para varias revistas de Filadelfia y Nueva York, donde se dedicó a despotricar contra los autores de su tiempo y sus pretensiones literarias. Al final de la historia, los textos del maestro (relatos, poemas, ensayos) no lograron cruzar las aguas del Leteo.
En fin, la existencia de Allan Poe transcurrió entre las aguas mágicas de su genio literario y ese charco de inmundicias que a veces aparenta ser la vida. En su caso, creo que pocas veces tuvo la oportunidad de saber que esto es sólo ficción o metáfora. Ya muy joven trabajaba arduamente en allanar el camino a su perdición y a los quince años se enamoró de la madre de uno de sus compañeros de colegio, la cual puso su grano de arena muriendo presa de la locura. En adelante, sus heroínas dejarían pasear libremente sus rebaños de cabras por las páginas del escritor.
Algunas personas dicen que el Genio bebía grandes cantidades de alcohol, mientras que otras, incluido Edgar, sostienen que era intolerante al alcohol y que un solo trago lo dejaba inconsciente. Nadie sabe a ciencia cierta las intimidades de Poe y Baco, pero no queda duda de que tomaba, y también consumía láudano. Ya acercándose peligrosamente a la treintena se decidió por las nínfulas y se casó con la ya famosa Virginia, de quince años, que, por si fuera poco, era su prima. En enero de 1845 publica “El cuervo” en el Evening Mirror (previamente había dejado caer a la tierra algunos relatos que valdrían hoy algo así como dos premios Nobel y 300 becas eméritas, cada uno) y recibe un poco de fama y gloria… y la cuenta por ello. Al año siguiente se va a la quiebra y en 1947 Virginia muere, víctima de tuberculosis.
Ya en marcha el tren de la desgracia, no se detuvo frente a los frágiles huesos del poeta (este sí literalmente) maldito. Se supone que en los meses siguientes a la muerte de la amada, la depresión y “el vicio” lo fueron llevando, dando tumbos, por los temidos “caminos sin regreso”. El 3 de octubre de 1849 lo vieron desvariando frente a una taberna de Baltimore, Maryland. Lucubraciones posteriores sugieren que era víctima de delirium tremens, gran amigo de las fermentaciones alcohólicas. Fue trasladado al hospital, donde pasó unas terribles horas yendo y viniendo entre la cordura y el delirio. Luego, falleció la madrugada del 7 de octubre, sin saber (obviamente) que Borges, Cortázar y Baudelaire intrigarían con ahínco sobre la materia de sus últimos pensamientos. Mucho después, 160 años, yo escribí esta nota, también “feliz”, recordando a quien me regaló jugosas páginas de fantasía.

1 comentario:

Marcelo dijo...

Estaba buscando otra cosa y me encontré con tu excelente artículo. No sé si revisás los comentarios dfe tu blog, no sé si lo verás. Pero si ocurre, me gustaría que vea esto:

http://marcelo-lamenoridea.blogspot.com/2009/11/lecciones-para-escribir-el-cuervo-como.html

Un saludo!