martes, 7 de julio de 2009

E.T.A. Hoffman: ningún lugar para el fantasioso


No muchos lectores asocian su nombre a ninguna obra maestra, pero sus relatos influyeron hondamente en Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Fiodor Dostoievsky, así como en Sigmund Freud y Carl Yung, y es que sus mejores obras poseen la capacidad de contaminar lo real con un reino fantástico, muchas veces lleno de crueldad y locura. “The sandman” es un relato que atrajo a Freud; tiene como personaje a un hombre que avienta arena a los ojos de los niños que no van a la cama. Carl Jung incluso juzgó este tipo de relatos como una forma precientífica de aproximarse al inconsciente del hombre. “El cascanueces y el rey ratón”, por su parte, no fue escrito para niños, sino acerca de niños y de las festividades de Navidad, así como del reino de lo posible (y de lo imposible) durante el régimen conservador de Alemania. La crítica de su época, sin embargo, no lo trató muy bien. Sir Walter Scott escribió que Ernest Amadeus necesitaba más “la asistencia médica que la crítica” (pienso plagiar su frase). Habrían de llegar quienes se inspiraron en sus obras para que se le situara en el canon literario universal. La vida del hombre dotó, por otro lado, de horror y desarraigo las creaciones del escritor.
Hijo de un poeta y músico amateur, Ernst Theodor Wilhelm nació el 24 de enero de 1776 en Königsberg y al poco tiempo fue dejado al cuidado de su madre y tres tíos. En su tío y jefe de la familia tuvo la figura ogruna que tanta falta hace siempre a los escritores. Mientras estudiaba en una escuela luterana mostró gran talento tocando el piano, y pronto se interesó por la literatura. Dos años después, y para cumplir con otro de los clichés literarios, se enamoró de una mujer casada, Dora Hatt, que era una alumna de piano diez años mayor que él. Cuando la familia se enteró, el maestro de piano fue a dar a Glogau, Silesia. Entre sus 24 y 27 años trabajó en algunas provincias prusianas y se convirtió “en lo que directores de escuela, jueces, tíos y tías llaman un disoluto”. Su primer trabajo, en Posen, estuvo en riesgo después de un carnaval, cuando aparecieron caricaturas de altos mandos militares dibujadas por Hoffmann. En 1802 se casó con Mischa y se mudó a Plock. En este aislamiento escribió y compuso bastante. En 1803 inició un diario y escribió una obra llamada El Premio, que tuvo un buen recibimiento. Esto fue lo único bueno ocurrido en una época en que murieron su tío, su tía y Dora Hatt. En 1804 regresó a su pueblo natal y se entrevistó con una de las hijas de su amor perdido. Nunca más volvería a pisar Königsberg.
La época en que vivió en Varsovia fue de las más felices de su vida y se desenvolvió muy bien en el ambiente literario y artístico de la ciudad. Cuando entró Napoleón, Hoffman tuvo que regresar a Berlín. Después su vida volvió a ser lóbrega. La ciudad fue ocupada por Napoleón y él no pudo defender nada de su patrimonio. Solía pedir prestado dinero y aún así pasaba hambre. Su hija Cäcilia murió en esa época. En 1809, con la publicación de Ritter Gluck, el escritor se vio convertido en imagen pública. Empezó a firmar como E. T. A. Hoffmann; la A era un homenaje a Mozart. Se enamoró de una joven estudiante de canto y de nuevo tuvo que dejar una ciudad, esta vez hacia Dresden. Sin embargo, cuando llegó encontró una ciudad en guerra. De cualquier forma, volvió con su familia unas semanas después y comenzó a trabajar con una orquesta que por fin le satisfacía. Unos meses después tuvo lugar la Batalla de Dresden. La ciudad fue bombardeada y Hoffmann vio cosas horribles que luego reseñó. A finales de año, la ciudad de rindió y él volvió a su vieja carrera de juez, obteniendo un lugar en la cámara de jueces, en Berlín.

Además del drama “cotidiano” de correr de ciudad en ciudad, Hoffmann sufría un drama mayor. Su tío jamás aprobó una carrera literaria para él y la sociedad filistea e insensible en la que vivió tampoco estaba muy interesada en recompensar su labor creativa. La mayor parte de su vida, E. T. A. vivió de trabajos poco emparentados a la creación para poder escribir. A partir de 1819, mientras sostenía batallas legales, empezó a sufrir las secuelas del alcohol y la sífilis en la figura de “insuficiencia renal”. El visionario de la literatura moderna murió el 25 de junio de 1822, a los 46 años, en Berlín.

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