martes, 7 de julio de 2009

Carver: no siempre es así


La inspiración de relatos como “La casa de Chef”, “Una conversación seria”, “De lo que hablamos cuando hablamos de amor”, “Vitaminas” y “Desde donde llamo”, grandes obras maestras del parnasiano Raymond Carver, fue el mismísimo trago, públicamente y despectivamente llamado alcohol. Muchos escritores empinan el codo con gran facilidad, la diferencia aquí es que el escritor se llamaba Raymond Carver y libaba nada más y nada menos que con John Cheever, cuando, según, daban sendos talleres literarios en Iowa, en 1973; después de la ardua experiencia al alimón, Cheever se matriculó en una clínica contra las adicciones. Combativo e irredento guerrero de las fermentaciones, “Raymond el Malo", como lo llamaban sus amigos, siguió rindiendo culto a Baco hasta que tuvo que renegar cuando se descubrió a escasos metros del último círculo del infierno: “el alcohol se convirtió en un problema. Casi me di por vencido, tiré la toalla y empecé a beber de tiempo completo con verdadero ahínco.” Entonces entró a la tan temida Doble A; tenía 39 años y el doctor le había dicho que se iba a morir si seguía empeñado en vaciar botellas dentro de su organismo. Otros se hubieran convertido en muertos vivientes y autores de asépticas obras literarias. De nuevo, el maestro Carver no. “En esta segunda vida, todavía conservo cierto pesimismo, sigo viendo el lado oscuro de las cosas.”
Para entonces, sin embargo, complementaba la oscuridad con cosas más claras. En un encuentro de escritores en Dallas, en 1977, poco después de haber salido del agua, conoció a Tess Gallagher, una poetisa que también era nativa de las costas del Pacífico noreste. Después de un tiempo se fueron a vivir juntos. Establecieron, además, otros vasos comunicantes: Carver comenzó a escribir poesía y Gallagher publicó algunos cuentos. “Esta segunda vida ha sido muy plena, muy gratificante y estaré eternamente agradecido por ello.” Sin embargo, como en sus relatos, esta felicidad era sostenida por arenas movedizas. Había sobrevivido al alcohol, pero no a la despiadada nicotina. Tenía cáncer en los pulmones. En octubre de 1987 le extirparon dos terceras partes de un pulmón; en marzo del siguiente año el cáncer se había extendido al cerebro. Entonces, como suele suceder, los académicos y demás autoridades literarias se apresuraron a envestirlo de todos los honores posibles, incluidos los de la Academia Americana de Artes y Letras. Esto, al parecer, sólo alentó la infame metástasis. En junio, su doctor le comunicó que el cáncer había reaparecido en los pulmones. El diagnóstico era su sentencia de muerte. Inspirado en Chéjov, quien tres años antes de morir y sabiendo que tenía tuberculosis se casó, Carver hizo lo propio con Tess, con quien llevaba diez años en sobriedad. Poco después hicieron un viaje a Alaska y planearon una visita imaginaria a Moscú. “Llegaré antes que tú, viajo más rápido”, le dijo el maestro. Carver pasó la última tarde de su vida a la entrada de su recién construida casa, mirando sus rosas. El hombre que alguna vez se describió como un cigarrillo con un cuerpo unido a él murió a los 50 años de edad.
Como siempre que la carne es jugosa, las hienas acudieron a sus despojos. En 1998, un artículo en la revista New York Times Magazine afirmó que Gordon Lish, editor de Carver, no sólo tallereaba a Carver, sino que reescribía párrafos enteros de sus cuentos e incluso cambiaba los finales. Según D. T. Max, los originales eran menos abstractos y tenían demasiadas palabras. Dice Alessandro Baricco, que revisó los manuscritos anotados que sirvieran de base para el artículo, que Carver “construía paisajes de hielo pero luego los veteaba de sentimientos, como si tuviera necesidad de convencerse de que, a pesar de todo aquel hielo, eran habitables”. Concluyó que las versiones de Carver, de alguna forma edulcoradas por emociones que Lish suprimía tajantemente, dotaban de humanidad a los personajes y dejaban ver algo “terrible pero también fascinante” de Raymond. Esta articulista duda seriamente que Carver fuera tan cretino como los rencorosos lo quieren hacer ver; incluso si pasó por la Doble A, sospecho que el talento del maestro salió casi invicto. No siempre es así.

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