martes, 7 de julio de 2009

Nabokov y las delincuentes de piernas largas


“Lolita no es una niña perversa. Es una pobre niña que corrompen, y cuyos sentidos nunca se llegan a despertar bajo las caricias del inmundo señor Humbert. No sólo la perversidad de la pobre criatura fue grotescamente exagerada sino el aspecto físico, la edad, todo fue modificado por ilustraciones en publicaciones extranjeras. Muchachas de veinte años o más, pavas, gatas callejeras, modelos baratas o simples delincuentes de largas piernas son llamadas nínfulas o “Lolitas” en revistas europeas. En realidad, Lolita es una niña de 12 años mientras que Mr. Humbert es un hombre maduro, y el abismo entre su edad y la de la niña produce el vacío entre ellos. En segundo lugar, la imaginación del triste sátiro convierte en criatura mágica a aquella colegiala americana tan trivial y normal en su género como el poeta frustrado Humbert lo es en el suyo. Fuera de la mirada maníaca de Mr. Humbert no hay nínfula. Lolita, la nínfula, sólo existe a través de la obsesión que destruye a Humbert. Éste es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa. Su éxito no me molesta. Yo no soy Conan Doyle quién, por esnobismo o pura estupidez, prefería ser conocido como autor de una historia de África, que imaginaba muy superior a su Sherlok Holmes.”
Así responde en ocasional entrevista Vladimir Nabokov (alias Vladimir Sirin) respecto a una gran obra literaria pocas veces leída como tal. Pero esta no es la única opinión ácida que esgrimiera contra escritores, lectores, editores, críticos y anexas en algo que muchas veces fue interpretado como pedantería erudita. También despotricó contra Pound, Wilde, Conrad, Faulkner y Dostoievski, de quien aborrecía sus “asesinos sensibleros y prostitutas conmovedoras”.
Nacido en San Petersburgo en 1899 en una rica familia aristocrática, Nabokov hablaba desde su niñez el inglés, el ruso y el francés. Durante la Revolución Rusa su padre fue arrestado, y los campesinos quemaron un castillo familiar y se apropiaron de los bienes. La familia se refugió en Inglaterra y luego en Alemania. Durante los 15 años que vivió en Berlín, Nabokov trabajó como traductor y fue considerado por sus lectores (la mayoría exiliados rusos) y la crítica como el más talentoso joven escritor ruso; sus libros, al mismo tiempo, fueron prohibidos o ignorados en la Unión Soviética. En 1924 se casó con Vèra Evseevna Slonim. Ya en la década de los cincuenta (y en estados Unidos) se abocó a la creación de Lolita, que le llevó seis años.
Ayudado por su prohibición en París entre 1956 y 1958, así como por la censura en los States y el Reino Unido hasta 1958, el libro pronto alcanzó gran popularidad entre los lectores cultos. Luego, con la intervención de Kubrick, Dolores Haze se convirtió en un icono de la cultura popular y el libro en un bestseller. La censura, entonces, se volvió sutil. En las dos versiones de Lolita para la pantalla grande (en 1962 Dolly fue interpretada por Sue Lyon y en 1998 por Dominique Swain) la nínfula se ve más “vieja” de lo que debía. (Cierto colaborador de El Financiero y aportador cromosómico mío sostiene que “la verdadera” Lolita es Natalie Portman en The Professional.)
Como todos los ocupantes del piso más alto de la torre parnasiana, el maestro Nabokov ha sido blanco de los obuses de los académicos dedicados a la alta y ociosa investigación difamatoria de cubículo universitario. Así, el alemán Michael Marr sostiene en su libro Las dos Lolitas que Lolita fue producto de la criptomnesia (memoria oculta) de Nabokov, que habría leído “Lolita”, un cuento de 1916 del alemán Heinz von Eschewege (o Heinz von Lichberg), que describe la obsesión de un hombre maduro por la hija de su casero, cuya edad no se menciona pero se supone claramente inspiratoria de pedofilia. Marr cree que Nabokov “tuvo” que haber leído el relato dado que vivía en la misma sección de Berlín que su autor.
Pero el camino de Lolita hacia las altas cumbres de la literatura universal ya está trazado, con o sin memoria oculta, aunque no sepamos si Nabokov mismo gustaba de las “muchachitas” (su esposa declaró, y luego negó, que su esposo estaba enamorado de una de sus alumnas, pero es probable que se tratara de una decrépita universitaria y no de una nínfula). Así, el peor resbalón de Vladimir Nabokov es su (un tanto) ingenua defensa de la buena voluntad yankee: “Deploro la actitud de la gente tonta o deshonesta que ridículamente equipara el imperialismo despiadado de la URSS con la ayuda sincera y desinteresada que prestan los Estados Unidos a las naciones necesitadas.” ¿A quién se le puede reprochar creer en la bondad humana?
El padre del universo paralelo de las nínfulas murió en Lausanne, el 2 de julio de 1977 (hace 30 años).

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